FairPhone, una joven empresa holandesa, propone cambiar la cadena de producción de los teléfonos móviles para hacerla sostenible, justa y transparente

Con solo 33 años, el holandés Bas van Abel empezó en 2010 a trabajar en una campaña para llamar la atención sobre el conflicto que alimenta la electrónica actual en la República Democrática del Congo, donde niños, embarazadas y adultos trabajan jornadas extenuantes para extraer de la montaña coltán, casiterita, oro o tungsteno, minerales necesarios para la elaboración de los componentes electrónicos y de los móviles. Cinco años después, Van Abel ha puesto en el mercado 60.000 terminales de un teléfono cuyos componentes y fabricación están alineados con criterios de comercio justo, el FairPhone.

«El móvil es el símbolo de la conectividad. Pero hemos perdido toda conexión con quien lo ha fabricado. Cada píxel que se ve, cada byte que se envía tiene todo un mundo desconocido detrás», reflexionaba el año pasado Van Abel en una entrevista, cuando las primeras remesas del FairPhone llegaron a manos de sus clientes, tras una campaña de crowdfunding en la que 25.000 personas le entregaron 350 euros para que tuviera un margen de operación. Una cifra de vértigo, teniendo en cuenta que el teléfono todavía no existía y que el equipo de FairPhone tenía que empezar hacer alianzas con minas del Congo para garantizar el suministro de algunas de las materias primas, visitar fábricas en China para el ensamblaje de los terminales, o desarrollar la tecnología de los equipos.

«Con más de 300 componentes individuales derivados de 30 minerales, un teléfono móvil es un producto muy complicado para hacer un seguimiento, hay una serie de cuestiones que escapan del control de la empresa», señala Miquel Ballester, un joven español que ha estado en la compañía desde sus inicios como desarrollador del producto. «Fairphone ahora puede rastrear dos de sus principales minerales hasta la República Democrática del Congo, en donde se extrae el tantalio, con el que se hacen las tarjetas de circuitos impresos, y el estaño, que se utiliza en la pasta de soldadura», continúa Ballester, para quien esta trazabilidad es el comienzo de un cambio en la cadena de suministros. Con dos organizaciones en el terreno, Solution for Hope Project y Conflict-Free Tin Initiative, FairPhone ha empezado a dar los primeros pasos para certificar que la venta de los materiales preciosos de las minas no financian conflictos armados.

Un pequeño entre gigantes

«Somos solo 30 personas y la industria del móvil es enorme», aclara Ballester al explicar las dificultades que entraña el complejo negocio de la electrónica. «Hemos tenido desafíos de todo tipo, desde encontrar un socio en China que fuera transparente, hasta cuestiones más operativas como tener un servicio técnico», señala. Pero todas estas cuestiones los jóvenes de FairPhone han sabido convertir en ventajas. En la fábrica de Guohuong en China, los cien trabajadores que ensamblan los equipos cuentan con un fondo proveniente de las ventas de los terminales para ser utilizado en aquello que sea más beneficioso para los empleados, en formación o en mejorar su condiciones en la planta. Al no contar con un servicio técnico físico, FairPhone ofrece manuales en línea que pueden ser consultados por cualquier persona y códigos de programación abiertos de sus terminales. Además, las piezas y recambios pueden adquirirse a precios muy bajos. Es un teléfono diseñado para tener una larga vida.

Mientras que FairPhone hacía llegar los primeros teléfonos a sus clientes, ese mismo trimestre de 2014 se estaban fabricando 216 millones de terminales inteligentes en todo el mundo. Sin embargo, estas más que modestas cifras también son percibidas de manera positiva. «No buscamos ser competidores, sino tener un impacto social y medioambiental. Tenemos que seguir siendo pequeños para que el cambio sea disruptivo», continúa el joven español.

En este punto de la conversación con Ballester ya no se habla de móviles, sino de un esquema diferente para entender un negocio, de un proyecto que busca equidad y que está en la línea de salida para conseguirla. Una carrera de fondo en la que tendrán que aprovechar el crecimiento demográfico de consumidores conscientes para que se opere ese cambio del que habla Ballester. Después de todo, los compradores de FairPhone tienen en promedio 37 años.