Cerca de un millón de inmigrantes han perdido su empleo en España desde que comenzó la crisis, de los que 200.000 han decidido volver a sus países de origen en un viaje que suele resultar tan traumático como el de ida. En esta primera entrega conoceremos la historia de algunos de los jóvenes que, como miles de españoles, han puesto tierra de por medio en busca de un futuro mejor.

Cuando el sector de la construcción apuntalaba las bases de la bonanza económica y absorbía buena parte de la mano de obra extranjera arribaron al país más de cinco millones de personas entre 1998 y 2008, la gran mayoría menores de 35 años, que venían con promesas de contratos o a probar suerte animados por familiares y amigos cuyos progresos económicos se medían en jugosas remesas enviadas a sus lugares de origen.

Pero tras ocho años de recesión en los que el ladrillo y el hormigón se han hecho añicos, los inmigrantes son quienes han experimentado con mayor contundencia el batacazo de la crisis, traducido en casi un millón de empleo extranjero destruido y 200.000 inmigrantes menos dentro de nuestras fronteras.
Aunque las cifras bailan cuando se trata de establecer el número de jóvenes inmigrantes que se han marchado del país, hecho que los expertos achacan a que la población extranjera no suele darse de baja de los padrones municipales, y a que los españoles de segunda generación y los nacionalizados se cuentan dentro del éxodo de jóvenes españoles del último lustro, lo cierto es que son miles los jóvenes que retornan solos o con sus familias a sus países de origen o que se encuentran en tránsito hacia otras regiones de la eurozona.

Los que emprenden el camino de salida

Con solo 18 años y un amigo en Madrid, John Jairo Garcés se embarcó en un viaje sin retorno a España en 2002. Empezó trabajando como peón de obra en diferentes partes del país antes de llegar a Bilbao donde estuvo empleado en la discoteca Garden hasta que cerró en 2012. Ese mismo año, ahogado por la deuda de un coche de alta gama que chocó estando sin seguro, con muy pocos ahorros, algunas nociones de inglés y un nudo en el estómago, compró un billete a Oslo (Noruega), donde le esperaba un conocido y donde permanece todavía encadenando trabajos por horas en restaurantes. El suyo es el caso de miles de jóvenes extranjeros «poco cualificados que se quedan en empleos precarios, con jornadas laborales más largas y con salarios más bajos, y que difícilmente pueden abandonar nichos laborales como el cuidado de personas, la hostelería o la limpieza», señala Gorka Moreno, director de Ikuspegi, el Observatorio Vasco de Inmigración.

Como si se tratara de un guión, el proceso migratorio de Liliana Patiño siguió las mismas pautas que las de miles de jóvenes inmigrantes. Recaló en el País Vasco en 2006 cuando tenía 30 años y empezó ganándose la vida en la hostelería, hasta que en 2012 decidió abrir una tienda de bisutería con los ahorros de su trabajo como camarera. Detrás del mostrador de Wappa, un pequeño local en el corazón de Algorta, Liliana vendía, fabricaba y reparaba collares, pulseras, pendientes, tocados y broches, hasta que tuvo que cerrar el local, atenazada por los impuestos, las tasas de los servicios y el alquiler. El 25 de diciembre de 2012, apenas unos meses después de la apertura de su tienda, hizo nuevamente su maleta y se marchó de vuelta a Medellín (Colombia), donde ha empezado otro negocio, esta vez de cosmética natural con un hermano suyo. Pero sigue “readáptándose” porque Colombia ha cambiado mucho desde que se despidió de los suyos, «las calles son más inseguras y la comida y los alquileres son mucho más caros ahora».

John Bolduan«Hago de todo. Soy profesor, interprete, traductor, técnico de sonido…», señala John Bolduan, una larga lista a la que hay que añadirle, guitarrista, cantante y autónomo que se busca la vida a miles de kilómetros de su natal St. Louis (Missouri). John llegó a Bilbao en 2007, con 23 años y dos diplomas bajo el brazo, Producción de audio y Filología castellana, y aunque en estos siete años nunca ha tenido un contrato, nunca ha dejado de trabajar. «Pago 261 euros de seguridad social, más el alquiler, la alimentación y una asesoría fiscal. Da igual si cobro o no», señala un poco quemado ya con todos los trámites y papeleos que ha tenido que realizar en Hacienda, Extranjería y el INEM, pero ilusionado por un nuevo disco que sacará en solitario. El suyo ha sido un camino lleno de recovecos, una ininterrumpida búsqueda por encontrar un hueco para ejercer su profesión en el País Vasco. Hasta ahora, porque partirá definitivamente en otoño a Estados Unidos.