La investigación ‘Centroamérica Desgarrada’ de la Universidad de Costa Rica pone cifras al deseo de los jóvenes de escapar de sus países

 

Escasas oportunidades de trabajo y estudio, sumado a los conflictos internos, motivan a que los jóvenes centroamericanos de comunidades empobrecidas quieran migrar de sus países. Esta es una de las conclusiones del estudio ‘Centroamérica Desgarrada’ realizada en las comunidades urbanas en Honduras, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica y Guatemala. En el desarrollo de la investigación, Carlos Sandoval, catedrático de la Universidad de Costa Rica, pudo conocer la vida de los jóvenes residentes en los barrios con menos recursos. 

¿Cómo se dibuja Centroamérica con datos? Estas son las cifras detrás de los rostros.

Según el profesor, «la migración es un desafío global que la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) calcula en un 3%, pero en América Central ese porcentaje se estima entre el 12% y 14%». La investigación incluye cuatro temas principales: la representación del entorno local y nacional, las demandas y deseos en torno al futuro, los medios que imaginan para alcanzar o no dichas demandas y factores sociodemográficos. Entre junio y noviembre 2017 se realizaron 300 encuestas por comunidad (1.500 en total) a jóvenes entre 14 y 24 años que residen en la comunidad El Limón en Ciudad de Guatemala (Guatemala), Nueva Capital en Tegucigalpa (Honduras), Popotlán en San Salvador (El Salvador), Jorge Dimitrov en Managua (Nicaragua) y La Carpio en San José (Costa Rica). 

Para los jóvenes encuestados, las instituciones que inspiran más confianza son los centros educativos (61%) y las universidades (59%), así como los medios de comunicación y las iglesias no católicas con el mismo porcentaje de credibilidad (49%). Como contraparte figuran la política nacional (28%), la empresa privada (26%) y las alcaldías de sus municipios (23%). Como respuesta a este panorama,  el 76% de los jóvenes salvadoreños manifestaron su interés por irse a vivir a otro país; decisión a la que se suman 61% de los hondureños, 50% de los costarricenses, 49% de los guatemaltecos y 47% de los nicaragüenses. También se puede conocer los datos en este vídeo.

 


A ritmo de rap en Guatemala

Para los jóvenes residentes en municipios alejados de la ciudad, no es fácil conseguir empleo. En algunos casos, porque no tienen dinero para dejar un curriculum en la capital y otras porque vivir en un barrio como El Limón, en la zona 18 de Guatemala, es ya motivo para descartar una solicitud de trabajo. Durante la investigación en este barrio, Carlos Sandoval conoció a Rogelio Lino, un joven garífuna (un grupo étnico en el Caribe), que le ayudaba a realizar las encuestas por las calles del municipio.

«A diferencia de sus compañeros del equipo encuestador, Rogelio llegaba a trabajar con una mochila grande, que no le dejaba de resultar incómoda. Yo no le tenía confianza para consultarle por qué llegaba con la mochila si la encuesta nos demandaba caminar todo el día. Uno de los chicos que también formaba parte del grupo de trabajo, a menudo le hacía chistes racistas. Rogelio respondía con un enorme ingenio e ironía. Me sorprendía lo bien que se expresaba; me dejaba la sensación de que era un activista en contra del racismo, un poeta de la calle», recuerda Sandoval.

Luego comprendió que a Rogelio le gusta el rap y se gana la vida cantando en los autobuses de Guatemala. También descubrió que en aquella mochila cargaba una pequeña grabadora y un altavoz que usaba para rapear. «Me dice que hay pocas creaciones suyas presentes en la web. Escucharlo me recuerda que las resistencias sin creatividad no se engarzan en la vida cotidiana. Es impresionante apreciar su capacidad para improvisar crítica y creativamente líricas contra el racismo, la corrupción o la injusticia», describe. 

Hace unas semanas, Carlos Sandoval compartió la canción que Rogelio le envió a través de whatsapp. «En esta canción ‘¿Abusivo yo?’ politiza la cultura y culturiza la política con más ingenio y talento que muchos discursos de políticos que no logran sintonizar con las demandas de las nuevas generaciones», señala. 


Un cumpleaños con esperanza en El Salvador

En el municipio de Popotlán, en El Salvador, los delincuentes operan como una especie de poder local donde la policía tiene poca credibilidad entre las comunidades. La estigmatización del lugar impide que se obtenga empleo remunerado. «Muchos dejaron de estudiar porque provenían de otras zonas en donde había otros grupos conflictivos», resume el investigador. En este barrio, Sandoval conoció a Mariana, Aarón, Luis y Natalia, todos hermanos. «Aarón vio morir a su tío, un delincuente; estaban juntos en una plaza de fútbol. Su tío apenas lo pudo separar para que no le dieran los disparos. A sus escasos 13 años encarna la violencia intrafamiliar, violencia estructural, violencia criminal. Cuando le preguntamos, como parte de la encuesta, qué esperaría hacer en 5 años, respondió que no sabía pues ignoraba si estaría vivo», relata.

¿Qué pasa con sus hermanos? «Luis vive en una casa vecina en donde suele dormir y comer. Mariana, quien tiene tres años, es muy expresiva. Cuando hace caras tristes las asocia a la policía, cuando hace cara de enojada quiere reprender a su papá por pegarle a su mamá. Él trabaja como agente de seguridad privada y viste botas con puntas de acero, con las cuales ha pateado a Aarón y a Luis. Si Isabel interviene, también le pega».

Luego de conocer a los pequeños, el catedrático llegó a la ‘Casa de la juventud’, un espacio que funciona como una guardería. «Mientras trabajábamos en la encuesta, una de las niñas que se encontraba en el lugar, estaba de cumpleaños. No había una tarta, pero sí hubo muchos abrazos. Cada niño y cada niña se levantaba de su silla y abrazaba a la otra. Creo que aún hay esperanza», reflexiona.

 


La policía de migración en Honduras

La coordinación y preparación de la encuesta constituyó un reto mayúsculo. Los cuestionarios y los permisos se llevaban impresos a cada país, con lo cual el peso de la maleta no era poco. De este trayecto, Sandoval recuerda que en su regreso de Tegucigalpa a San José una tormenta postergó un día de la salida del avión. «En la espera, el aprendizaje fue significativo, pues cientos de personas esperaban el vuelo a San Salvador o Panamá para tomar otro a los Estados Unidos o España, los dos destinos más significativos para los hondureños migrantes. Este éxodo es una enorme fuente de ingresos para las líneas aéreas».

Cuando se encontraba en un plataforma para abordar el avión, una llamada por los altavoces le obligó a reportarse con la policía de migración, quienes requerían inspeccionar una vez más su maleta de viaje. «Cuando me apersoné, pude leer una indicación que decía ‘papelería’, es decir, los oficiales de migración querían saber por qué había tantos papeles en mi maleta», explica.

El guardia le abrió la maleta y revisó cuidadosamente los paquetes de las encuestas. Siempre verificando que no se escondiera nada entre los cientos de hojas agrupadas en bolsas. «Luego de esta revisión, el oficial acomodó los papeles. En su rostro se dibujaba una pregunta que nunca me la hizo. ¿Por qué tantas hojas? Eran unas cinco mil más o menos». Aunque esto no pasó de una anécdota el investigador repasa sobre la reinspección minuciosa que se realiza en los aeropuertos.

 


Un sin techo en las calles de Nicaragua

«Un joven de unos dieciséis años se acercó a nosotros mientras realizábamos encuestas en el barrio Jorge Dimitrov, en Nicaragua. Inhalaba pegamento de zapatos de una botella de plástico. Cuando le pregunté dónde vivía, su respuesta fue un simple y sencillo ‘aquí’. No fue un simple y sencillo ‘aquí’, como yo había pensado. Vivía en las calles de esta ciudad, tardé un poco para darme cuenta», relata.

Este joven llevaba cerca de un año en esta situación y no usaba zapatos. Su familia vive al otro lado de Managua, un lugar donde no es fácil conseguir este tipo de drogas, por lo que decidió vivir solo en las calles. Sandoval cuenta que le pidió repetidas veces que le regalara sus zapatillas. «Me dolió tanto el decirle que no y en un intento por sentirme menos culpable le expliqué que luego yo no tendría zapatos para caminar de vuelta a la universidad. Cómo decirle eso a alguien que lleva sabrá Dios cuánto tiempo caminando las ardientes calles de Dimitrov sin calzado alguno».

«Yo le platiqué que venía de México y que estábamos solo de paso trabajando en un proyecto. ‘Lléveme con usted’, me pidió. Agregó que allá él podría trabajar, que incluso hasta podría dejar la droga, y que una vez recuperado podría volver a Nicaragua. Fue entonces cuando me di cuenta que estaba perfectamente consciente de las oportunidades que podrían existir para él. Al terminar el día de trabajo volví al hotel sintiendo una gran impotencia».

 


La droga acecha a los jóvenes en Costa Rica

Al momento de conocer a Gina tenía un poco más de ocho meses de embarazo, esperaba a su cuarto hijo, ninguno de los cuales vivía con ella, en La Carpio, un barrio en Costa Rica. Dormía en la calle y vendía pequeñas cantidades de marihuana o crack.

«Las conversaciones con ella se volvieron más frecuentes mientras estuve en ese barrio. Alguna vez me dijo que no estaba segura 

de si cuidar de su hijo o darlo en adopción. Un día me dijo: yo no le hago daño a nadie, solo me hago daño a mí misma. Me insistía en que le ayudara con dinero. Me comentó que desde que se enteró que estaba embarazada dejó de consumir drogas».

El investigador la encontraba siempre en la misma esquina comercializando estupefacientes, y ya había tenido al crío. «Es muy difícil salirse de ese circuito, sobre todo cuando no se tiene la posibilidad de un empleo. Dada la impresión de que estaba muy contenta con el nacimiento del bebé. En una ocasión, le consulté si no pensaba intentar en retirarse del consumo y la venta. Ella me respondió con la frase: No estoy para sermones».